La creatividad y el aprendizaje siempre encuentran tierra fértil, independiente de la edad. Así enfatizan el destacado biólogo y Premio Natural de Ciencias Naturales 1994, Humberto Maturana y Ximena Dávila, epistemóloga, creadores de la escuela de pensamiento Matríztica. Creer lo contrario, es un “neuromito”, un concepto acuñado por la OCDE en 2002, que apunta a interpretaciones científicas traducidas en teorías de aprendizaje, que para alivio de la imaginación, están erradas.

La creatividad en la infancia es envidiada por adultos. Claro, si cualquier espacio es un juego y el aprendizaje fluye como respirar. Pero luego algo ocurre. La inspiración resulta esquiva. Y ello se fundamenta en la llamada “poda neuronal”, en la pubertad. Durante esa etapa, es tal la eficiencia cerebral que las conexiones neuronales o sinápticas inactivas desaparecen, favoreciendo aquellas que se ocupan más, las cuales se fortalecen. Así, esa mayor densidad sináptica o de las neuronas se interpretó determinante en el aprendizaje. 

¿Por cada cumpleaños menos creatividad? La ciencia necesita de teorías. Pero muchas con el tiempo se descartan, y esa “poda sináptica”, por ejemplo, no implica que las neuronas no se regeneren. Tampoco que la inventiva se esfume. Es más bien una mirada reduccionista y limitante, de acuerdo al reconocido biólogo, Premio Nacional de Ciencias Naturales 1994, Humberto Maturana, creador hace 50 años de la noción de autopoiesis molecular, que sostiene que el proceso de creación de la vida corresponde a procesos moleculares cíclicos cerrados de autoproducción molecular; y la epistemóloga Xiména Dávila, creadores hace 18 años de la Escuela Matríztica, un espacio de formación orientado al entendimiento científico del vivir biológico cultural. 

En sus cursos, reflexiones y textos, Maturana y Dávila, derriban esos mitos, entre los que también se encuentra la creencia de que la predominancia del hemisferio izquierdo o del derecho en las personas favorece ciertas habilidades, o que los seres humanos ocupan una mínima parte de su cerebro, de un 10% de acuerdo a los más optimistas. Estos son solo algunos de los mitos asociados al cerebro que están presentes incluso en teorías de aprendizaje. Una interpretación delicada, dice Dávila, porque las teorías ocultan el fenómeno, “y lo cierto es que nadie ocupa una parte, ocupa todo el cerebro”.

Desde que la neurociencia tomó fuerza numerosos hallazgos, al masificarse, se desvirtuaron. Sin evidencia, por ejemplo, se habló del “Efecto Mozart” o que los primeros cinco años de vida son los únicos determinantes en el aprendizaje. Y su divulgación no es inocua. Por ello, en el 2002 el proyecto Cerebro y Aprendizaje de la OCDE, definió estas creencias como neuromitos. Esto es una “concepción errónea generada por un malentendido, una mala interpretación o una cita equivocada de datos científicamente establecidos para justificar el uso de la investigación cerebral en la educación y otros contextos”. 

Ximena Dávila y Humberto Maturana

No hay discusión en que la relevancia de nuestro cerebro es innegable. Pero Ximena Dávila precisa que al referirse a estas cualidades o potencialidades de la mente es importante tener presente que “nada está dentro del cerebro”, sino que se encuentra en relación con el entorno. Es decir, mente y entorno influyen mutuamente en el entendimiento de cada uno.

“Si hacemos un ejercicio y un experimento y nos ponen distintos circuitos en el cerebro, mientras nosotros hablamos se van a activar distintas zonas del cerebro, pero que se activen distintas zonas del cerebro no significa que se esté dando la conversación en las distintas zonas que están activándose, sino que se está dando en la relación”, explica Dávila.

En ese sentido, ambos recalcan la relevancia de la relación, en todo estudio, todo fenómeno social es principalmente relacional. Que el vivir humano ocurre en la relación, no en el cerebro, es un concepto muy relevante, dice Humberto Maturana. Eso sí, sin olvidar que sin cerebro no hay relación, “porque tiene que ver con los movimientos con los sonidos, con los gestos, con los recuerdos, con todas las cosas que uno vive en su vivir como persona”.

“Si hacemos un ejercicio y un experimento y nos ponen distintos circuitos en el cerebro, mientras nosotros hablamos se van a activar distintas zonas del cerebro, pero que se activen distintas zonas del cerebro no significa que se esté dando la conversación en las distintas zonas que están activándose, sino que se está dando en la relación”

Xiména Dávila

La predominancia del cerebro en la cultura popular

Darle mayor protagonismo al cerebro y sus potencialidades, que a esta interacción entre la mente y su entorno, viene del llamado reduccionismo, explica el biólogo, “al adscribirle a los componentes de un sistema las características del mismo, en su operar como totalidad”. “Eso es un error muy grave, porque el operar del sistema como totalidad ocurre en un espacio distinto que el operar de los componentes”, aclara. Por ejemplo, el automóvil se mueve como resultado del motor y de su estructura, pero el movimiento no está en el motor, subraya Maturana, “está en la relación con la calle, con el camino”. 

Obviar el contexto relacional tiene como resultado ocultar o entrar en competencia por habilidades de una u otra cosa, en vez de reconocer que las diferencias son legítimas, que cada ser humano es distinto. “No unos mejores que otros, porque lo central es cómo hacemos nuestra convivencia. Es en esa convivencia donde usamos en una dirección u otra nuestros dones, porque somos distintos. No somos iguales solamente en apariencia, sino que no somos iguales internamente”, dice Maturana.

Reducir todo al cerebro también ha tenido consecuencias. Lo que se aprecia claramente, dicen, en la fama adquirida por los neuromitos. Por ejemplo, estudios sobre el lóbulo frontal derecho o izquierdo, establecen el carácter matemático de uno y los rasgos más artísticos o humanistas del otro. Y en la práctica eso ha llevado, destaca la epistemóloga, a dividir la sala de clases y dar distintas tareas a los ‘más matemáticos o más humanistas’. 

“La idea es cómo potenciamos todas las habilidades que un niño tiene, todos los talentos. Algunos les va a gustar más las matemáticas, pero no por eso el cerebro tiene A, B o C, sino que tiene un talento diferente. Al niño que le gusta más el arte, no es porque el cerebro esté conformado de un modo tal que se oriente de esa manera”.

En ese punto, Dávila cita a la neuropsiquiatra infanto juvenil Amanda Céspedes, quien destaca que el niño viene con todo y listo para aprender todo. Sin embargo, la cultura lo clasifica. “Si un niño aprende a hablar o contar antes que otro, ya es superdotado. Y a medida que va creciendo como vamos encasillando en vez de ir expandiendo eso que trae, lo vamos cerrando. Ahí aparecen los ‘el niño a tal edad tendría qué’, y si no hace lo que la teoría dice, entonces lo ponemos, por ejemplo, en el espectro autista”. 

En los adultos, esto se expresa en la sensación de que ya pasó el tiempo para aprender, dice la epistemóloga. Sin embargo, “podemos aprenderlo todo”, asegura Ximena Dávila. Pero los neuromitos, en gran medida, llevan a pensar lo contrario. 

Plasticidad cerebral y creatividad

La buena noticia para la creatividad es que el sistema nervioso es plástico. “Nosotros estamos constantemente aprendiendo si estamos abiertos a aprender, no somos un producto cerrado que ya no puede aprender”, dice Dávila. Aquello se aprecia, por ejemplo, cuando en terapia algún trauma o evento conservado de manera consciente o inconsciente, se sana. “Si no fuéramos plásticos, si no tuviéramos esa maravillosa posibilidad de desapego, se seguiría en el mismo asunto, pero el cerebro es plástico y puede soltarlo”, puntualiza.

Maturana reafirma esa capacidad e indica que ocurre toda la vida. “Piensen ustedes cuántos idiomas distintos hay en el mundo. Si uno piensa en el alemán, tan difícil, el chino, tan difícil, el portugués, tan difícil. Pero si un niño nace en China con una familia china, aprende chino. Y si nace en Alemania, con una familia alemana, aprende alemán. Todos podemos aprender lo que otro ser humano aprende, a menos que tengamos una historia de traumatismo o de negación que restrinja nuestras habilidades cognitivas. La capacidad de aprender cualquier cosa dura toda la vida”, asegura Maturana.

Cuando nace un niño, nace abierto a todas las posibilidades del vivir humano. Por ejemplo, Maturana reflexiona sobre los niños y jóvenes que usan patines. Si observamos todas las cosas que hacen ¿requieren cosas especiales en el cerebro o en la corporalidad? “No”, responde, “la misma corporalidad permite hacer todas las combinaciones que se generan en las correlaciones sensoriales y motoras del organismo.”.

“Nosotros estamos constantemente aprendiendo si estamos abiertos a aprender, no somos un producto cerrado que ya no puede aprender”

Xiména Dávila

Quizás la gran diferencia entre los niños y los adultos esté en el tiempo. Si se piensa en los adultos mayores, y la posibilidad de aprender todas las cosas nuevas en tecnología, dice Maturana, pueden aprenderlo. “Los niños empiezan ahora y manejan los instrumentos con una facilidad, y los adultos mayores no, pero resulta que el adulto mayor está ocupado en ganarse la vida y no tiene tiempo, pero si tiene tiempo aprende. Uno siempre puede aprender, pero tiene que darle tiempo, el espacio para poner atención y tranquilidad para aprender. Yo no manejo todos estos instrumentos modernos, necesito ayuda, porque estoy ocupado en otra cosa, pero si me doy el tiempo y estoy ahí, aprendo”. No hay excusas. Los seres humanos permanecen con esta capacidad de aprendizaje toda la vida, asegura.

Intentar explicar todo exclusivamente a través del cerebro, olvidando cómo éste interactúa con el entorno, responde al reduccionismo. Una actitud que tiene historia, que nace del no saber mirar, explica Humberto Maturana. En la historia de la humanidad hemos tenido que ir aprendiendo a mirar cómo resultan los procesos y descubrimos que si dañamos un pedazo (…) del cerebro, se alteran los procesos relacionales, y pensamos que ese es el aspecto del sistema interno, que determina la relación conductual. Pero si se dañan ciertas partes del cerebro, dice Maturana, la persona se puede encontrar limitada, pero la conducta puede aparecer de otra manera. Por ejemplo, “si una persona tiene daño en su corporalidad, o un niño nace con los brazos o manos alteradas, resulta que puede manejar el mundo aunque no tenga los dedos como los tenía otra persona, porque esa es una conducta que pertenece al espacio relacional. Como decía, el automóvil, puede tener muchas clases distintas de motores, pero el caminar ocurre en la relación del automóvil con el camino”. Pensar que se debe a los componentes, es caer en el reduccionismo. Se olvida que el operar ocurre en un dominio distinto de los componentes. “Esta conversación no está ocurriendo en el cerebro, está ocurriendo en la conversación”, acota Maturana.

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