Mientras Jorge Bergoglio (Jonathan Pryce) oficia una misa popular en una de las llamadas Villa Miseria de Buenos Aires, recibe la noticia de que el papa Juan Pablo II ha fallecido. Luego se le ve llegando al Vaticano, para ser parte del cónclave para elegir a un nuevo Sumo Pontífice de la Iglesia Católica, donde se encuentra con uno de sus mejores amigos, el cardenal brasileño Claudio Hummes (Luis Gnecco, quien aparece poco minutos, pero que es fundamental en la trama) y a un más distante Joseph Ratzinger (Anthony Hopkins, en una maciza actuación), quien claramente quiere ser el nuevo sucesor, como terminará siéndolo bajo el nombre de Benedicto XVI.

La nueva película de Netflix –la tercera consecutiva que estrena con grandes nombres, tras El irlandés e Historia de un matrimonio-, tiene la dirección de Fernando Meirelles (Ciudad de Dios) y a un guionista experimentado en biopics, Anthony McCarten (el mismo tras La teoría del todo, Las horas más oscuras y Bohemian Rhapsody), lo que adelanta lo que vendrá: un relato de largas conversaciones, con personajes bien delineados, pero sin demasiadas sorpresas ni tampoco tanto vigor. 

La prácticamente inédita situación para la Iglesia Católica –Benedicto XVI renuncia y la asunción del Papa Francisco- es el foco en que se va armando la historia de Los dos papas, donde los mejores momentos están en las conversaciones afiladas entre ambos protagonistas, con estilos opuestos: uno más tradicional y apegado al clásico catolicismo y otro más cercano a la calle, en tiempos donde la iglesia enfrenta uno de sus peores momentos, por las denuncias de abusos sexuales, en todo el mundo, por parte de integrantes de la iglesia.

Rodrigo Munizaga

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